Los lunes en mi casa

De escribir, de los escritores, de leer y de los libros

CHICFRIK

El Chick Lit, que viene del argot americano Chick (chica) Lit (literatura) hace referencia a un género que muestra las situaciones y controversias con las que debe lidiar la mujer actual y que incide en temas como el amor, las carreras profesionales y relaciones laborales, los problemas familiares y los problemas de género en su sentido más amplio.

Este término fue usado por primera vez por Cris Mazza y Jeffrey DeShell en la antología Chick Lit: Ficción Postfeminista (1995), y con él se pretendía dejar de considerar representar a la mujer siempre bajo el criterio masculino y mostrarla más independiente y segura de ella misma.

Las protagonistas de las antiguas novelas románticas eran mujeres calladas y humildes que a menudo comprobaban que tomar iniciativas acababa por meterlas en algún lío del que tenían que ser rescatadas por un hombre que era, a fin de cuentas, quien tenía sentido común. Es también él el que conseguía convertirlas en mujeres felices y realizadas a base de gastar sus días complaciéndole  y criando a sus vástagos.

Sin embargo las protagonistas del Chick Lit son independientes, trabajadoras, glamurosas y solteras.  Cada día se las ven con el estrés que surge de tratar de conciliar la vida laboral con la personal y con la búsqueda del hombre perfecto. La diferencia entre los dos tipos de heroínas es que las chicas Chick Lit, aunque siguen deseosas de encontrara al amor de su vida, no se someten al los designios de los hombres y pelean por ser tal como son.

Otra característica del Chick Lit es que las mujeres no suelen encajar en el ideal de belleza que nos vende el Vogue, pero a pesar de que se intenta romper con esa imagen de mujer perfecta los hándicaps que tienen las protagonistas no suelen ir más allá de algunos kilos de más, un jefe que la explota -pero que está muy bueno y que al final resulta que la hacía trabajar horas extra para pasar más tiempo con ella- o dinero insuficiente para comprar zapatos y bolsos, algún drama familiar que se solventará al final de la historia… Nada que no se pueda remediar con algo de régimen, una promoción laboral, una mejor amiga que echa una mano o, de nuevo, un hombre que, aceptando a la chica como es y sin imponer su criterio, acaba salvándola.

Pero ¿qué pasa cuando los estándares aceptables sobre la condición femenina se ven sobrepasados? ¿Puede una mujer alopécica ser la chica de la película? ¿Puede conquistar al hombre la protagonista de una novela que tiene obesidad mórbida? Y no me referimos al amigo miope del chico guapo, sino al tío más bueno de la fiesta. Las chicas con pelos en las piernas, las tuertas, las bipolares, las deprimidas, las que no quieren hijos, las que mandan en la empresa, las ambiciosas, las viejas, las promíscuas  ¿Acaso temas cómo el amor, el trabajo o los problemas familiares no preocupan a las chicas con granos en la cara o a las que en lugar de ser Relaciones Públicas de una marca de cosmética son dependientas en la pescadería de un supermercado?

Ser mujer siempre ha llevado implícito una serie de condiciones arbitrarias, injustas. Hay que ser agradable físicamente, pero es que cada una nacemos como nacemos; hay que ir depilada, pero cuando el punto negro asoma o hay cera ni máquina que lo arranque; hay que ser joven, pero es que envejecer es algo que a día de hoy no se puede evitar; hay que ser simpática, o eres una mal follada; hay que tener buen carácter o eres una histérica. Hay que….

Pues no. Hay historias con protagonistas tienen todas las cualidades para no serlo. Las buscaremos. Las enseñaremos. Las Chicfrik: las feas, raras y malas de este mundo.

LA TÍA MAME

Yo miro revistas de moda. Y digo miro porque raramente leo el texto que acompaña las fotografías, ya que lo que me gusta es la moda y lo que hago es echar un ojo y hacerme una idea de lo que voy a ir buscando, en versión asequible, cuando entre en Zara.

Sin embargo, hay algo que sí que leo, los artículos de Elvira Lindo, los de Empar Moliner o los de María Dueñas, que colaboran con algunas de esas revistas.

También suelo detenerme en las recomendaciones literarias. No todas las revistas de moda tienen una sección de libros pero las hay que sí y en bastantes ocasiones han acertado con su selección.

No recuerdo qué revista fue, ni cuánto tiempo hace, pero cuando leí la breve sinopsis de la novela La tía Mame de Patrick Dennis -seudónimo de Edward Everett Tanner III-, supe que me iba a gustar. Añadí el título a mi lista de libros por leer y ahí se quedó, como me pasa con tantos otros.

Hace unos días, paseando por La Central, una librería de Barcelona, mis ojos se fueron detrás de una portada que muestra el dibujo de una sofisticada señora con  perlas en las orejas, el cuello y la muñeca, un vestido rojo largo y ceñido con las mangas acabadas en piel y guantes negros. Por cierto, ¿he dicho ya que me gusta la moda?

La señora tiene en una mano un cigarrillo y con la otra, se apoya en la cabeza de un niño de unos diez años vestido con un traje de pantalón corto.

La señora es la tía Mame, y yo me he tragado el libro en nada porque pasa igual de bien que un Martini Royal bien frío -después de leer el libro, soy toda yo glamour-.

La novela comienza a finales de los años veinte y cuenta las peripecias de un niño, Patrick, que a la edad de diez años y después de quedar huérfano, es puesto bajo la custodia de su tía Mame. Dicha señora es rica, elegantísima, culta, guapa y, además de tener la misma idea de cómo se ha de criar a un niño que una lavadora de carga superior, está como una cabra.

Durante la novela la tía Mame pierde su dinero, lo recupera tras casarse con un millonario, se convierte en la primera yanqui venerada en Georgia, en escritora con agente, editor y sin novela, en comadrona… Y todo ello arrastrando a su sobrino, que la adora y la sufre a partes iguales, a través de situaciones a cuál más disparatada.

Sentido del humor del fino y risas a tutiplén.

¡QUEREMOS LEER!

Llevamos años oyendo eso de que ya no se lee. Y no dudo que sea verdad, hay un porcentaje menor de lectores, sobre todo porque los medios audiovisuales le han comido terreno a los libros.

Cuando digo medios audiovisuales no me refiero a los soportes digitales que han substituido al  papel, sino a esa otra manera de contar historias con imágenes que en total dura más que una película de cine: las series.

Las series explican una historia, igual que las novelas. Llegan al espectador por episodios; las novelas al lector por capítulos. Cumplen, igual que los libros, la función de entretenernos con las peripecias de unos personajes que amamos u odiamos, a los que les deseamos lo mejor o lo peor, con los que compartimos risas, llantos, miedo, angustia, alegría, y un largo etcétera de emociones humanas.

Si las series son el presente de la ficción -el futuro está por ver-, ¿en qué lugar deja esta verdad a los libros?

En Zaidín, un barrio de Granada, tenían una biblioteca. Esa biblioteca se cerró y los vecinos lo intentaron todo: la ocuparon y los desalojaron, montaron talleres y actividades culturales y se las cerraron, se les llevaron los libros… Hace tres días los vecinos de Zaidín salieron a la calle disfrazados de personajes de libros a reivindicar la reapertura de la biblioteca.

¿Por qué reclaman estas personas su biblioteca? Que se vayan a casa y miren series. Ellos y sus niños, que hay series para todos. ¿No?

Hay una diferencia, y grande, entre ver una serie y leer un libro. Esa diferencia se llama: IMAGINACIÓN.

Cuando miramos una serie no imaginamos, vemos lo que otra persona ha imaginado.

Cuando leemos un libro hemos de imaginar nosotros mismos, es decir poner imágenes en nuestro cerebro interpretando las palabras que leemos. Las letras son el detonante que dispara nuestro cerebro, que lo despereza y lo obliga a trabajar.

Hay estudios realizados con adolescentes que demuestran que estos han perdido la capacidad de representar. Es decir que, cuando leen, la corteza occipital, que es el lugar del cerebro que se activa cuando imaginamos, está mucho más inactiva que hace unos años, cuando las imágenes digitales no gobernaban nuestra vida.

No se me entienda mal. No me cargo ni Internet, ni las series. Al contrario, yo soy lectora compulsiva y desde hace algunos años serieadicta por la vena -que es por donde más engancha-. Pero las dos cosas pueden convivir.

No quiero que me quiten los libros. Yo soy como los vecinos de Zaidín. Quiero seguir leyendo. Quiero imaginar.

TIEMPO DE ÉXITO

Me acabo de leer El tiempo entre costuras de María Dueñas. Los booms literarios siempre me dan algo de pereza, así que acostumbro a leerlos cuando ya se les ha pasado el tirón. Con este libro no hay manera, parece que el éxito no remite.

En la portada dice que ha vendido dos millones de ejemplares, y una cosa os digo: NO ME EXTRAÑA.

Me ha tenido pillada hasta la última página y me ha devuelto aquella urgencia por montarme en el metro, encontrar asiento libre y sacar el libro para leer, aunque solo sea por dos paradas.

A estas alturas, con la cantidad de gente que lo ha leído y la serie de televisión -que al parecer está muy bien hecha-, no queda mucho por decir, pero por si acaso hay todavía suelto o suelta algún o alguna reticente que piensa que los best sellers tienden a ser literatura mediocre, que le echen un ojo a la novela.

Los muy puntillosos podrán decir que hay alguna que otra descripción redundante y que la palabra incertidumbre aparece tantas veces que uno no puede evitar recordar que la ha leído antes, unas cuantas páginas atrás -es una palabra larga y sonora, se nota en medio de una frase-. Pero eso solo es una excusa para no reconocer el enorme mérito de escribir una novela de seiscientas y pico páginas y mantener al lector abstraído de todo lo demás con cada una de ellas.

La trama, conocida para muchos, está muy bien elaborada. Pero lo mejor de la historia son los personajes. María Dueñas construye una heroína, la modista Sira Quiroga, al puro estilo clásico. Al empezar la novela, Sira vive con su madre Dolores, trabaja también con ella en un taller de costura, y al poco se echa un novio que va para funcionario. Todo muy plácido. Entonces llega la pasión y lo revienta todo, cambia la vida de la protagonista por completo y al final desparece dejándola sin nada de lo que antes tenía y lejos de su casa. A partir de ahí empieza el camino de la superación.

Lo dicho, la heroína clásica, que se va encontrando las cosas sin apenas buscarlas: el trabajo que le proporciona su madre, el novio en un baile y el amor de casualidad, en una tienda de máquinas de escribir y la desgracia en Tánger.

Después de la primera parte llega la reconstrucción. Hay que salir adelante y la heroína ahí sí que Sira empieza a tirar de habilidades, de determinación, y como en todo buen cuento, de los duendecillos que la ayudan y la van empujando, cuando ella duda, hacia la siguiente etapa, la nueva aventura.

Los buenos:

Dolores, su madre, una de mis favoritas. Supongo que es porque me recuerda a mi yaya Concha, una castellana seca, que cosía puños y cuellos de camisa en casa para que entraran dos jornales.

El comisario Vázquez, que más por no buscar problemas que por bondad, le da un voto de confianza a Sira en su peor momento y la pone a cargo de Candelaria.

Candelaria, la matutera. Dueña de la pensión en la que Sira se aloja a su llegada a Tetuán, hada madrina que lo mismo consigue telas, revistas, hilos, muebles cuando nada de eso puede encontrarse en el mercado que trafica con armas cuando la circunstancia y la necesidad lo requieren.

Félix, el vecino cotilla que con inventarle a Sira una hache al final del nombre, le da el glamour al taller que la heroína y Candelaria montan en Tetuán.

Rosalinda, Marcus, Jamila, Doña Manuela…

Los villanos:

Ramiro, el truhán que abandona a la heroína dejándola sola en África y robándole todo lo que tiene: el dinero y la dignidad.

Serrano Suñer, cuñadísimo de Franco, megalómano y amigo de nazis.

Manuel da Silva, empresario oportunista que ve en la guerra su baza para enriquecerse todavía más.

Para quien no lo haya hecho a estas alturas, me repito, que se la lea.

Yo esta noche me miro el primer capítulo de la serie.

COEDICIÓN

Me cuesta reconocerles los méritos a las editoriales que venden la milonga de la coedición.

Tengo conocidos que, ante la dificultad que conlleva conseguir que una editorial se haga cargo de su novela, acaban por publicar en régimen de copago con empresas que lo hacen básicamente es vender servicios editoriales.

Yo contacté con una de ellas sin la intención de llegar a publicar con su sello, pero quería ver cuál era el procedimiento. Ni en su página web, ni en su Facebook mencionaban la cuestión del copago.  Mandé lo que pedían: currículum, sinopsis y los primeros cinco capítulos de la novela. La respuesta llegó al día siguiente: encantados de representar mi novela.

¡Vaya!, respuesta en un día. Por cierto, no me solicitaron el resto de la novela antes de decidirse.

Mi siguiente paso fue preguntar abiertamente si yo tendría que financiar  la edición. Y también quise saber cuál era su impresión sobre lo que habían leído de mi novela ya que en su correo no había ninguna mención acerca del manuscrito.

La respuesta fue que desafortunadamente, no conocían ninguna otra manera de conseguir que un escritor novel publicara que no fuera la de financiar él mismo la edición. El dinero que ponía el autor era en concepto de corrección del manuscrito, impresión de la obra y diseño de la portada. La editorial adelantaba el dinero para imprimir cien ejemplares. Yo debía organizar una presentación dónde mejor me pareciera, en cualquier sala que tuviese a la disposición, y en dicho acto tenía que vender cuarenta ejemplares como mínimo para devolverles su inversión. Lo que se vendiera de más, eran mis ganancias. De la calidad de mi novela ni una palabra.

Seguí preguntando en un tercer correo sobre las librerías en las que se vendían los ejemplares de las obras que editaban y qué cantidad de ejemplares se tenían que vender para financiar la segunda edicición, dado que la corrección y la portada ya estaban pagadas. Y ya puesta, insistí en pedir una valoración de mi novela.

Esta vez ya no hubo respuesta. Demasiadas preguntas, supongo.

Me fastidia la gente que hace su agosto con las esperanzas de los demás.

RECORTA, PEGA Y COLOREA

Tengo dos trabajos. Es lo que pasa, que ahora para juntar un sueldo necesitas trabajar en dos sitios.

Uno, como ya he mencionado en otras ocasiones, es el de dar clases de Técnica Narrativa en la escuela Vamos a contar mentiras, y el otro es el de conserje en una escuela.

Pues bien, a principios de septiembre, cuando volvimos a la escuela todos, una de las profesores se me acercó:

-¿Qué tal el verano?

-Muy bien, gracias. ¿Y el tuyo?

Bien, bien.

Y entonces, en el mismo tono que si me preguntara que tal el recreo con mis amiguitos, añadió:

-¿Ya has escrito mucho?

A lo que yo respondí:

-Ni una sola palabra. Yo, durante las vacaciones, no trabajo.

Ella sonrió. Creo que se quedó un poco cortada porque no me dijo nada más y se fue.

No ocurre con todo el mundo, pero en general, cuando explicas a los demás que escribes -y hablo incluso de personas cercanas: familia, amigos…-, ellos asienten, y dicen:  Aaah ¡Qué interesante! Y su cabeza codifica la acción de escribir en el campo que abarca los hobbies.

No niego que la escritura tiene una parte muy lúdica pero es un trabajo pesado, que requiere concentración, que hay días en los que no hay manera de que se refleje con claridad en el papel lo que uno quiere explicar. Lo desesperante que es saber que cuando has acabado de contar, te queda volver a empezar para revisar y reescribir la historia.

Es como si escribir estuviera reservado para cuatro mentes preclaras y lo que hacemos los demás fueran manualidades, entretenimientos.

He repetido muchas veces que no soy escritora porque todavía no estoy publicada y por lo tanto no recibo ni el reconocimiento ni la remuneración que deben recibir los profesionales de cualquier disciplina, pero de ahí al recorta, pega y colorea hay un largo tramo.

VAMPIRAS

Es muy probable que al pensar en novelas de vampiros -y vampiras-, las primeras que nos vengan a la mente, si somos unos simples aficionados del tema, sean: Drácula de Bram Stoker, publicada en el año 1897 y Crepúsculo de Stephanie Meyer, trilogía publicada en 2005. 

Muchas veces, el cine se encarga de promocionar novelas. Este es el caso de Entrevista con el vampiro de Anne Rice, del año 1976, que vivió un momento de auge en las ventas después del estreno de la película en 1994.

Hay muchas buenas novelas de vampiros,  El misterio de Salem’s Lot de Stephen King (1975) o El sueño de Fevre de George R.R. Martin (1982), son buenos ejemplos de ello.

Hoy me gustaría hacer mención de una de las mejores de vampiros que yo conozco: Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist (2004), de la que también se hizo una muy buena película en el año 2008.

Cuenta la historia de Oskar, un niño de doce años, que vive en Blackeberg, uno de los suburbios de Estocolmo y que sufre de abusos por parte de sus compañeros de clase. Tiene tres aficiones: comer golosinas, coleccionar recortes de periódico acerca de crímenes violentos e ir al bosque después de clase e inventar situaciones en las que se convierte en  un asesino justiciero o un héroe.

Un día, Oskar conoce a Eli, una niña delgada, pálida, guapa, que no parece pasar nunca frío, que desprende un olor que le recuerda al que tenía su perro Bobby días antes de morir y que acaba de llegar al barrio y vive con un hombre en el portal contiguo al de él.

A pesar de que en su primer encuentro, Eli advierte a Oskar de que no podrán ser amigos,  él siente una atracción muy potente hacia la misteriosa niña, y acaban haciéndose inseparables.

La llegada de Eli y el que Oskar idenifica como su padre, coincide con una ola de crímenes que apuntan a la aparición de un asesino en serie. Oskar sigue los sucesos extraños que acompañan los asesinatos con ávido interés mientras profundiza en su relación con la peculiar niña.

Hay varias cosas que me hicieron disfrutar de la novela. La trama está muy bien ligada y la intriga se mantiene durante toda la novela a pesar de que el lector conoce algunos de los secretos de los personajes. La ambientación es brutal, yo leí la novela en verano y me pelaba de frío. La falta de luz, la tristeza que conlleva esta circunstancia  y la escasez de recursos y la poca esperanza de los habitantes, acaba por pegarse a los sesos del que lee y le cuela de manera muy vívida en el mundo de estos personajes.

Los mismos personajes son otro de los puntos fuertes. Oskar, Eli, Hakan y todos los secundarios que los acompañan.

Y ya, a nivel personal, un atractivo añadido de la novela es que el personaje del vampiro es, en realidad una vampira.

Hay más vampiras en la literatura, claro, pero casi siempre comparten cartel con vampiros.

Yo únicamente conozco otra novela en las que las mujeres encarnen de manera absoluta la sed de la sangre, la fantástica  Carmilla de Le Fanu (1872).

Si hay más, pido recomendaciones. Me encantan.

PLAGIO

plagiar.

(Del lat. plagiāre).

1. tr. Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias.

 

En el trabajo de un escritor, esa palabra siempre anda planeando —más arriba o más abajo—, y depende de cada uno lo que se puede o no considerar un plagio.

La misma definición da pie a que seamos subjetivos en el significado ya que dice: en lo sustancial.

¿Qué leñes es lo sustancial? Pues eso, que depende de cada persona.

La primera vez que fui al Registro de la Propiedad Intelectual, pregunté a la persona que se encargó de introducir los datos de mi obra para entregarme el comprobante conforme quedaba registrada, de qué me protegía aquella gestión. La respuesta fue que la idea no podía registrase y que por tanto, lo único que quedaba defendido del plagio eran las palabras textuales.

Lo entiendo. Millones de novelas parten de una situación hipotética idéntica, e incluso se desarrollan por los mismos caminos y llegan a igual conclusión. Es la elección de las palabras, los personajes, el estilo, la trama, lo que las hace diferentes las unas de las otras. Es normal coincidir, no en vano en la vida real, la mayoría de los humanos compartimos un ideario común y las situaciones vitales son casi siempre las mismas. Varía simplemente el punto de vista y el protagonista de la historia.

Ahora bien, las palabras… Eso, a pesar de que parezca más claro, es más difícil de diagnosticar. Entiendo que hay un tipo de plagio que es incuestionable: el que se produce al copiar letra a letra algo que ha escrito otra persona e intentar hacerlo pasar como propio.

Sin embargo, ¿es plagio utilizar una frase que hemos leído en otro libro y que creemos que encaja bien con nuestro personaje?

Hace mucho tiempo, cuando yo empezaba a escribir, escuché como mi profesor de Narrativa le pedía a alguien un bolígrafo para anotar una frase que acababa de leer, y que creía que iba bien para adjudicársela al protagonista de la novela que él estaba escribiendo.

Cuando pregunté –inocente de mí-, si aquello no era plagiar, la respuesta fue que todos los escritores lo hacen.

A mí me ha pasado que he descubierto en otros libros, o series de televisión, o programas de radio, frases que creía haber inventado yo. Evidentemente nadie me ha plagiado porque por ahora, mi obra no es pública, lo que me lleva a pensar que es muy fácil que a muchos se nos ocurran cosas muy parecidas. O que algo leído de otro autor sea el germen de algo que escribiremos.

En la conciencia de cada escritor, está el determinar, si esos préstamos, o esas sugerencias que encontramos en otros textos, son o no son un plagio.

ME QUIERE, NO ME QUIERE…

Hace unas semanas tuve el placer de ir a escuchar una charla de Eduardo Mendoza.

La reseña que posteriormente se publicó del evento, salió bajo el titulo: «Yo, lo que querría, es haber sido Fred Astaire». Este deseo arrancó la primera sonrisa de los presentes y, claro está, no fue la última. Sin embargo, el escritor también dejó ir un par de afirmaciones que a mí me merecieron una reflexión más seria.

No grabé la conferencia, así que no puedo transcribir literalmente lo que el escritor dijo, pero no creo estar citando nada que no sea, en esencia, lo que allí quedó expuesto.

En primer lugar, el señor Mendoza declaró que en España no se quiere a los escritores. Para explicarse, habló de las veces que había ido a firmar ejemplares de sus novelas a Francia, y del respeto y el cariño que había percibido en los lectores de aquel país que no tenía comparación con el de sus lectores españoles.

Después, ya instalados en el tiempo para que los asistentes interviniéramos, alguien abordó el inevitable tema de las ediciones digitales y más específicamente, preguntó si la piratería había afectado de alguna manera al escritor. Él respondió que particularmente, no notaba un descenso significativo en las ventas de sus obras, y por lo tanto no se consideraba especialmente afectado por aquel problema, y que se sentía más perjudicado por las bibliotecas que por las posibles copias piratas de sus novelas que circularan en Internet.

El escritor contaba, de manera jocosa, que cada vez que, en uno de dichos centros, le enseñaban uno de los ejemplares de su libro, gastado por tanto manoseo, y le contaban que sus novelas eran de las más solicitadas, él no podía evitar ver en aquello las ventas que estaba perdiendo.

No puedo hablar por todos los lectores, así que lo haré solamente en mi nombre.   En estos tiempos, mi economía no da para pagar todos los libros que leo, por ejemplo en un mes -entre cinco y siete dependiendo del número de páginas de cada uno-, por lo cual no me queda otro remedio que el de acudir a la biblioteca o hacer intercambio con otros lectores. Sin embargo, procuro apartar de mi sueldo la cantidad para pagar al menos dos de los libros que voy a leer. Además, si alguno de los que he cogido en la biblioteca me ha gustado mucho, lo incluyo en mi la lista de la compra o en la de los regalos que quiero para mi cumpleaños. Sé de lectores, que a través de las bibliotecas se han enamorado de un escritor y ahora corren a comprar la nueva novela el mismo día de su aparición en las librerías.

Añadiré que,  el amor que le tengo a un escritor siempre viene definido por lo mucho que me gusta su obra, no por la persona del escritor en sí. Creo que lo más importante de un escritor es lo que escribe.

Lo único que me queda por decir es que yo le quiero, señor Mendoza, me ha hecho usted pasar algunos de los mejores ratos de lectura de mi vida, y también que, según lo que he expuesto anteriormente, lo sobados que están los ejemplares de sus novelas en las bibliotecas de nuestro país no indican más que lo mucho que se le quiere y se le respeta.

MANERAS DE VER

En 1930, el pintor surrealista René Magritte (1898-1967) pintó La clave de los sueños, un cuadro en el que aparecen dos hileras verticales de objetos con una palabra escrita debajo de cada uno de ellos y que no se corresponde con la imagen. Debajo de un huevo se escribe “l’acacia”, debajo de un zapato se escribe “la lune”; debajo de un martillo “le desert”, debajo de un bombín “la neige”, debajo de un vaso “l´orange” y debajo de una vela “le plafond”.

Con esta obra, el artista proponía una reflexión sobre la brecha que existe entre la imagen y la palabra, y pretendía que las imágenes evocaran nuevas sensaciones en quien las miraba al asociarlas con un vocablo con el que, en apariencia, nada tenían que ver.

La vista -aunque a veces también puede resultar engañosa- define, con una precisión de la que los otros sentidos carecen, el espacio que nos rodea. Solo los invidentes se ubican a través del olor o el oído, y los demás estamos acostumbrados a tenerlo todo con un solo barrido de nuestros ojos.

En la era audiovisual, la imagen cobra más sentido que nunca. El cine explica las historias, que antes estaban solo en los libros, en menos tiempo y de forma más exacta para el espectador que no tiene que hacer esfuerzo alguno por imaginarse a los personajes o que puede ver -sin palabras que se lo expliquen-, lo que está ocurriendo.

Entonces, ¿qué propósito tiene seguir contando con las palabras?

Algunas veces, desde este blog, he ponderado las virtudes de escribir de manera que el lector pueda ver lo que el autor explica. Es cierto que describir imágenes, escenas, acciones, lugares con el mayor número de sustantivos concretos es la mejor manera de que el lector no ande perdido en un batiburrillo de sensaciones nombradas pero no experimentadas, sin embargo, el escritor no puede tener nunca la seguridad de que el lector ve lo que describe tal y como él lo ha imaginado, de que percibe el dolor o la alegría del personaje en sus gestos y en las palabras que ha puesto en su boca, de que entiende lo que de verdad está ocurriendo entre líneas.

Es precisamente ahí, donde creo que reside la belleza de lo escrito frente a lo visto -de manera real, física, no con los ojos de la mente-. La palabra sugiere, evoca, y para hacerla visible, necesitamos de la imaginación.